La evangelización como fundamento de la acción social: Una perspectiva bíblica y teológica
¿Qué sería de nuestra sociedad sin la Iglesia? A la luz de los desafíos globales y en un mundo carente de valores, el rol de la iglesia en la sociedad es fundamental y necesario. No cabe duda de que su incidencia es elemental para romper con paradigmas humanistas y ateos muy presentes en las sociedades modernas. A la iglesia se le exige generar cambios sociales profundos en medio de una generación mala y perversa que, en cada momento, se aleja más de Dios. Las preguntas que surgen de esta exigencia son: ¿la iglesia fue instituida por Cristo con el fin de traer cambios sociales? ¿Es el propósito de la iglesia transformar la sociedad por medio de la participación política?
Nadie podría oponerse al imprescindible papel que la iglesia debe desempeñar en el marco de mancomunidades individualistas y egocéntricas, sociedades politizadas e ideologizadas como nunca antes se ha visto. El problema que surge de la actual participación eclesiástica en los asuntos de la vida social es que la iglesia pierda conciencia de su razón de ser en el mundo, así como de su misión en la tierra, la cual se prolonga hasta la segunda venida del Señor Jesucristo, reemplazando la evangelización por la acción social y la participación política.
La iglesia nunca debería ser motivada a participar en la acción social con el solo objetivo de resolver los conflictos actuales o con la finalidad de transformar la sociedad. Su estímulo debe surgir a la luz de su notable misión. El cuerpo de Cristo tiene una clara labor de extender el reino de Dios y su tarea es netamente evangelizadora. La participación social debería estar subordinada a la evangelización mundial y comprender que la contribución social no es un fin en sí mismo. Es, o debería ser, el medio por el cual se coronan los esfuerzos evangelísticos y se desarrolla la extensión del reino de Dios.
El presente artículo se centra en el rol de la iglesia evangélica dentro de una sociedad a la cual afecta y, a su vez, es afectada por ella. El enfoque es teológico y tiene como fundamento las Sagradas Escrituras, ya que la existencia de una iglesia saludable depende de su fundamento bíblico-teológico. Además, este escrito busca una profunda comprensión de la misión incontrovertible de la iglesia según los fundamentos que expresa el canon bíblico.
El Señor Jesús ordenó a sus discípulos predicar el evangelio a toda criatura. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”[1]. El anuncio del evangelio involucra dos dimensiones: una de ellas es corporativa y la otra de carácter individual. En la dimensión corporativa se promueve la extensión del reino de los cielos, mientras que en la individual se procura el desarrollo de la vida de Dios en el creyente a través de su Espíritu, efectuando la conversión de la persona y llamándola a una nueva vida en Cristo.
El arribo, establecimiento y desarrollo del reino de Dios es un hecho notablemente bíblico. Cristo el Señor dijo: “El reino de Dios está entre vosotros.” Esta aparición del reino de Dios en Jesucristo no pretende significar el anhelo de Dios por una sociedad mejor, como muchos piensan (aunque no se excluye la posibilidad de que una sociedad mejore por el positivo impacto del evangelio), sino que es el acto redentor de Dios dirigido a una sociedad que le ha dado la espalda. “El Reino de Dios y la Iglesia se relacionan en la persona de Jesucristo, el Rey del Reino y la cabeza de la Iglesia. El creyente llega a ser parte del Reino de Dios en el tiempo y en el espacio a través de la redención en Jesucristo.”[2]
En los tiempos de Jesús, los judíos sostenían una cosmovisión política del Reino de Dios y esperaban, con la venida del Mesías prometido, la instauración de un reino político y militar invencible. Myer Pearlman señala que los líderes religiosos que interpretaban las profecías veterotestamentarias afirmaban que el Mesías estaba destinado a dirigir el programa político, militar y económico del pueblo judío.
Sin embargo, el Reino de Dios es un reino espiritual, universal y de amor que no hace distinción de raza ni de nacionalidad; es un reino intercultural que abraza a todas las naciones, o más específicamente, a todos los individuos de todos los países que reconozcan y acepten el señorío del Rey Jesucristo. Es un reino de redimidos “…tú fuiste inmolado, [el Cristo encarnado] y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;”.[3]
Larry Pate en su prestigioso libro Misionología, nuestro cometido transcultural, reseña que “El amor de Dios no está confinado a ninguna raza, nación, ni grupo cultural. El ama a todos los pueblos. Ama a los pigmeos africanos tanto como a los hombres de negocio asiáticos. El desea redimir a los refugiados camboyanos tanto como desea que los soldados argentinos encuentren a Cristo. El amor de Dios traspasa todas las fronteras culturales, raciales y lingüísticas. Él quiere que todos tengan una oportunidad para seguir a Cristo.”[4]
Reviste suma importancia definir el rol de la iglesia en la sociedad; de lo contrario, se caería fácilmente en la idea de un evangelio social y humanista, concepto opuesto a las enseñanzas bíblicas.
El liberalismo teológico fue un intento de reemplazar el evangelio de Jesucristo por una religión humanista basada en la razón del hombre. Los proponentes de esta teología redefinieron términos doctrinales del cristianismo con el fin de entregar un evangelio “más comprensible al hombre moderno”. Intentaron vaciar al cristianismo de su acervo escritural, creando una nueva religión que nada tiene que ver con el evangelio del bendito Redentor.
La Gran Comisión fue reemplazada por la acción social y el moralismo sustituyó al evangelio. En cuanto a esto último, Pablo Hoff, documentando el pensamiento del liberalismo teológico, refiere que “la salvación consiste en quitar las imperfecciones humanas y mejorar moralmente al hombre. El ejemplo y la ética de Jesús son factores decisivos para lograrla”. Su sistema de ideas humanistas se impuso sobre el contenido doctrinal y sobre los grandes hechos históricos de la fe, que fueron reinterpretados a la luz de la metáfora. Por ejemplo, la resurrección del Señor: según ellos, Cristo no había resucitado literalmente, sino que lo hizo en los corazones de sus discípulos.
Se presentó un cristianismo socializado que nunca pudo responder a los grandes interrogantes del hombre, como por ejemplo: ¿Existe un propósito detrás de la existencia humana? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Existe un castigo o una recompensa en el más allá? ¿Qué dice la Biblia relativo a la salvación? ¿Cuándo se concreta la consumación de los siglos?, entre otros. Era un evangelio distinto, presentado en términos modernos. Una forma de ateísmo que se expresaba con palabras cristianas, o una especie de humanismo que hablaba en términos teológicos. El liberalismo fue, y de hecho lo es, un evangelio diferente y anti-escritural, orientado al hombre moderno y a la sociedad en la cual vive.
La Gran Comisión consiste en ir y predicar el evangelio a la criatura humana perdida y condenada. El mandato del Señor Jesús está centrado en la evangelización y en la enseñanza del contenido neotestamentario. Anunciar la salvación y el señorío de Jesús por medio de la predicación del evangelio es la tarea fundamental de la iglesia. “¿Y cómo predicarán si no fueran enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”[5]
La Gran Comisión no es, en ningún modo, acción social. La acción social es un subproducto de la Gran Comisión. Además, la misión de Dios es una respuesta teológica a los presupuestos del Antiguo Testamento. “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos al tercer día; y que se predicara en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas.”[6]
“La evangelización es la proclamación de la salvación en Cristo a los que no creen en él, que los llama al arrepentimiento y la conversión, que les anuncia el perdón de pecados y los invita a ser miembros vivientes de la comunidad terrenal de Cristo, iniciando así una vida de servicio a otros en el poder del Espíritu Santo.”[7] Bajo este paradigma debe interpretarse la acción social de la iglesia; cada acto debe tener un fin evangelístico.
La acción social viene a ser el medio por el cual Jesucristo es presentado a la humanidad y no un fin en sí mismo. “Muchas veces en la historia de la expansión cristiana, la evangelización ha constituido un hecho social: aldeas, ciudades y comunidades enteras de distintos tipos han sido traídas a la fe de manera conjunta, en mayor o menor medida.”[8] No se pueden negar ni refutar los efectos positivos en el ambiente social, en el marco del desarrollo histórico del cristianismo, cuando la iglesia ha evangelizado presentando al Cristo resucitado. Por esto, es importante aclarar que las transformaciones sociales se producían como consecuencia de la expansión del cristianismo. A este respecto, es interesante detenerse en lo que el historiador Jesse Lyman Hurlbut escribe:
“A través de toda la historia de la república romana y del imperio, hasta que el cristianismo llegó a dominar, más de la mitad de la población era esclava sin la más mínima protección de la ley. Si así lo deseaba, un hombre podía matar a sus esclavos. Durante el dominio de uno de los primeros emperadores, un ciudadano romano rico fue asesinado por uno de sus esclavos y, por ley, los trescientos esclavos de su casa murieron. No tomaron en cuenta su sexo, edad, culpa o inocencia. Pero con la influencia del cristianismo, el trato a los esclavos llegó de inmediato a ser más humano. Se les otorgaron derechos legales que nunca antes tuvieron. Podían acusar a sus amos de trato cruel. La emancipación se aprobó y fomentó. Así, la condición de los esclavos mejoró y la esclavitud poco a poco se abolió. Los juegos de gladiadores se prohibieron. Esta ley se puso en vigor en la nueva capital de Constantino, donde el Hipódromo nunca se contaminó con hombres que se matasen entre sí para placer de los espectadores. No obstante, los combates siguieron en el anfiteatro romano hasta 404 d.C., cuando el monje Telémaco saltó a la arena y procuró apartar a los gladiadores. Al monje lo asesinaron, pero desde entonces cesó la matanza de los hombres para placer de los espectadores.”[9]
La iglesia del Señor se desarrolló mayormente en ambientes vulnerables, ofreciendo soporte emocional y espiritual a los más necesitados, y en muchos casos, su ayuda fue de carácter financiero. El cuerpo de Cristo entiende que debe ofrecer misericordia al hombre y a la mujer sin Dios. Esta asistencia debe proporcionarse en el marco de la Gran Comisión y con fines evangelísticos. Además, debe comprender que, en el orden de prioridades, la ayuda social se encuentra subordinada a la proclamación del evangelio. Desde esta perspectiva, es inconcebible que la iglesia relegue su papel misionero y se involucre en causas sociales de carácter filantrópico o se adhiera a movimientos políticos que persiguen el objetivo de transformar una sociedad.
La iglesia posee una misión espiritual y no puede brindar ayuda social basada en ideologías políticas; la asistencia que proporciona a la persona sufriente surge de su identidad, de su liberalidad y del carácter generoso de su Señor. La razón de esta realidad está regulada por su fundamento doctrinal, que describe con claridad el rol de la iglesia como agente temporal del reino de Dios. La Biblia anuncia nítidamente que los problemas del hombre y de la mujer no se resuelven en el ámbito social por medio de asistencia médica, asesoramiento psicológico, una buena y saludable alimentación, educación o la implementación de leyes más justas; el problema del ser humano se encuentra en su corazón y se resuelve en el interior del ser por medio del glorioso evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
La iglesia es la congregación de todos los que ha aceptado por fe el evangelio del Reino, los cuales participan de la salvación que el Reino brinda: la salvación mesiánica del Rey, que comporta el perdón de los pecados; la adopción por parte de Dios como hijos en su familia; la morada del Espíritu en los corazones, la posesión de la vida eterna. En la iglesia el Reino halla visible expresión; los miembros de la iglesia son la luz del mundo, la sal de la tierra, los que han tomado sobre si el yugo del Reino, viven conforme a las normas del Rey y aprenden constantemente de él. La iglesia, como órgano del Reino, es llamada a confesar a Jesucristo por medio de la tarea misionera, la predicación y el testimonio ordinario. La iglesia es asimismo la comunidad de los que esperan la venida del Señor, pero que, mientras esperan, saben que han de “negociar” con unos talentos recibidos con miras a ser utilizados de inmediato y, al mismo tiempo, con vistas al futuro. La iglesia recibe del Reino su propia constitución; en todos los sentidos es orientada y dirigida por la revelación del Reino, el progreso del Reino y la esperanza de la venida del Reino en gloria.[10]
En conclusión, es de vital importancia reconocer el impacto de la iglesia en comunidades individualistas y en sociedades decadentes. Sin embargo, la iglesia no debe perder su sentido de misión. La acción social debe emanar desde la comprensión de la Missio Dei (Misión de Dios), que consiste en la evangelización y la extensión del reino de Dios.
La identidad de la iglesia surge de las Sagradas Escrituras, donde se encuentra su fundamento bíblico-teológico. El reino de Dios es un concepto escritural basado en la redención de Jesucristo y no en el mejoramiento de la sociedad. Además, es de carácter inclusivo, donde todas las personas de todas las naciones están llamadas a formar parte del reino.
Históricamente, la iglesia ha brindado apoyo a los necesitados, tanto emocional como materialmente. La extensa tradición de la iglesia es una evidencia formidable de la vocación de los creyentes orientada a los más vulnerables. Sin embargo, se subraya que la labor social debe estar vinculada y subordinada a la misión principal y espiritual de la iglesia, es decir, la extensión del reino de Dios.
El rol de la iglesia en la sociedad no es político ni atiende a presupuestos humanistas ni ideológicos. Su función está orientada a la evangelización. La Gran Comisión no es, en ningún modo, acción social. La acción social es un subproducto de la Gran Comisión. Los grandes cambios sociales fueron producidos como consecuencia del florecimiento de la iglesia, en el marco de la misión de Dios y por medio de la predicación del evangelio.
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”[11]
Fuentes referenciadas:
[1] San Marcos 16:15-16, RVR 1960.
[2] Carlos Van Engen, El pueblo misionero de Dios (Grand Rapids, Míchigan: Ed. Libros Desafío, 2004), 120.
[3] Apocalipsis 5:9, RVR 1960.
[4] Larry D. Pate, Misionología: Nuestro cometido transcultural (Miami, Florida: Ed. Vida, 1987), 10.
[5] Romanos 10:15, RVR 1960.
[6] Lucas 24:46-48, RVR 1960.
[7] David J. Bosch, Misión en transformación, Cambios de paradigma en la teología de la misión (Grand Rapids, Michigan: Ed. Libros desafíos, 2005), 14.
[8] Michael Green, La iglesia local: agente de evangelización (Buenos Aires, Argentina: Ed. Nueva Creación, 1996), 18.
[9] Jesse Lyman Hurlbut, Historia de la iglesia cristiana ((Miami, Florida: Ed. Vida, 1999), 45.
[10] José Grau, Curso de formación teológica evangélica tomo 7. Escatología final de los tiempos (Barcelona, España: Ed. Clie, 2012) 136,137.
[11] Mateo 28:19-20, RVR 1960.